NUEVA YORK- ¿Quién le iba a decir a Stephen Armstrong, en 1932, cuando llevó a su hijo Neil a ver las Carreras Aéreas Nacionales de Ohio, que aquel niño sería el primer hombre en poner un pie en la Luna? Fue allí, dice su biografía, donde comenzó su pasión por trepar por encima de las alturas. Con 15 años tomaba ya clases de vuelo; un año después trabajaba en un aeródromo; se sacó la licencia de vuelo antes que la de conducir; su primera condecoración fue la más alta medalla de los Boy Scouts. El joven Neil apuntaba, nunca mejor dicho, muy alto. Pero antes de convertirse en astronauta, Armstrong sirvió en la Marina de Estados Unidos y estuvo en la Guerra de Corea. En 1949 ingresó en el ejército. En 1951 participó en en el conflicto asiático, cuyo territorio sobrevoló hasta en 78 ocasiones. Terminado el periodo de vinculación con el ejército, en 1952 Armstrong se une al Comité Consultivo Nacional (NACA), proyecto incipiente de lo que hoy es la NASA. A mediados de la década de los 50 se traslada al Centro de Vuelos Edwards, donde realizó diversas pruebas con aeronaves de gran velocidad, como el conocido X-15, que alcanzaba los 6.300 kilómetros por hora. En 1962, presentó su solicitud para convertirse en astronauta. Cuatro años después, a bordo del Gemini 8, hizo su primer vuelo espacial. Todo en su currículum apuntaba a que podría ser el elegido para realizar una epopeya entonces sólo imaginable. La suerte le sonrió y le reservó un lugar privilegiado en la historia. El 16 de julio de 1969, el comandante Armstrong viajaba en una nave que pretendía conquistar la Luna. El 20 de julio, tras pilotar el módulo lunar, coloca sus pies sobre el satélite y pronuncia su mítica frase: «Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad». La retirada del héroe Después de la misión del Apollo 11, Armstrong anunció que no tenía planeado volver al espacio de nuevo. En 1971, abandonó la NASA. Empezó a enseñar en la Universidad de Cincinnati. Políticos de ambos partidos han intentado acercarse al héroe, pero el astronauta siempre ha declinado todas las ofertas. Desde 1994 no firma autógrafos después de averiguar que artículos firmados por él se revendían por grandes cantidades de dinero. En 2005 decubrió que su barbero había vendido el pelo que le había cortado a un coleccionista. Armstrong le amenazó con denunciarle a no ser que le devolviese los cabellos o donase a un ONG el dinero
